Juan Almeida Bosque. Héroe de la Revolución Cubana.
Nació en La Habana, el 17 de febrero de 1927. Hijo de una familia humilde, solo había alcanzado el octavo grado y su mayor experiencia de trabajo la tenía en el ramo de la construcción. Como conocimientos poseía los de la escuela, hasta octavo grado, y algunos cursos de academias, que por su precaria economía no pudo concluir; sin embargo, siempre le gustó leer y se interesaba vivamente por el acontecer político del país. Fue cuando comenzó a trabajar en el Balneario Universitario que, por el trato diario con estudiantes, pudo tener un mayor contacto con las actividades culturales. Quien lo vincula a la Generación del Centenario fue su amigo, Armando Mestre, albañil también y vecino como él del capitalino reparto Poey.
Almeida había conocido a Fidel Castro en el balneario de la Universidad de La Habana, cuando Fidel estudiaba Por aquellos días Almeida trabajaba en el balneario como taquillero, mozo de limpieza y albañil; hacía cualquier trabajo por duro que fuera, el caso era tener para ayudar a su numerosa familia —once hermanos, la madre trabajaba en quehaceres de su casa atendiendo a los hijos y el padre como periodista honrado devengaba un sueldo modesto que no alcanzaba para el sostén del hogar—, antes de trabajar en el balneario había sido peón de Obras Públicas en construcción y reparación de calles.
Desde los primeros momentos de conocer a Fidel entabló una franca amistad con él y pronto este le comunicó sus inquietudes revolucionarias, las cuales coincidieron con una íntima convicción que poseía Almeida, quien fue estimulado por las frecuentes charlas con Fidel Castro.
En la célula clandestina que integraba Almeida había otros jóvenes obreros de la construcción: los hermanos Wilfredo y Horacio Matheu, quienes eran masilleros, al igual que Remberto Abad Alemán Rodríguez.
En vísperas del Asalto al Moncada, Mestre se le apareció a Almeida a una obra en construcción donde trabajaba en el Nuevo Vedado.
“Tenemos que salir para Oriente a una práctica de tiro”, solo le dijo. “¿Tan lejos para una práctica de tiros? ¿Vamos a tirar con calibre 50 o con cañón para ir tan lejos?”, bromeó Almeida. “Vamos, date prisa”, replicó muy serio el amigo
“Tenemos que salir para Oriente a una práctica de tiro”, solo le dijo. “¿Tan lejos para una práctica de tiros? ¿Vamos a tirar con calibre 50 o con cañón para ir tan lejos?”, bromeó Almeida. “Vamos, date prisa”, replicó muy serio el amigo
Llegaron a Santiago el 25 de julio. Un auto con más pasajeros que lo estipulado los condujo esa noche a la Granjita Siboney. Antes de partir al combate, repartieron los uniformes.
Yo quiero uno de sargento”, dijo bromeando Almeida a Melba Hernández. Sargento, no, porque no tienes el tipo, no eres alto, ni fuerte, ni gordo, ni barrigón”, le respondió ella en el mismo tono.
Yo quiero uno de sargento”, dijo bromeando Almeida a Melba Hernández. Sargento, no, porque no tienes el tipo, no eres alto, ni fuerte, ni gordo, ni barrigón”, le respondió ella en el mismo tono.
Años después rememoraría Almeida: “A la hora de repartir las armas, pedí un M-1, un Springfield o una pistola. Me dijeron: ‘No, nada de eso hay aquí. A ti lo que te toca es un fusil calibre 22".
En el juicio a los moncadistas, ante el fiscal que le interrogaba, contestó: “Yo declaro bajo juramento que sí participé en el asalto al cuartel Moncada y que nadie me indujo, a no ser mis propias ideas que coinciden con las del compañero Fidel Castro y que en el caso mío provienen de la lectura de las obras de Martí y de la historia de nuestros mambises”. Cuando le preguntaron si se arrepentía de su participación en los hechos, replicó: “No, señor, si tuviera que volver a hacerlo, lo haría, que no le quepa la menor duda a este tribunal”. Es condenado a diez años de prisión a consecuencia de este hecho.
El 12 de octubre, el Ministro de Gobernación, Ramón Heredia, dispuso que el grupo de revolucionarios condenados por los sucesos del Moncada, dentro del cual se encontraba, fuera trasladado al Reclusorio Nacional de la Isla de Pinos. Según las disposiciones del Tribunal deberían permanecer en locales especiales, separados de los presos comunes. En aviones DC - 3, del ejército, bajo fuerte custodia militar fueron trasladados desde la provincia de Oriente hasta la Isla de Pinos.
Fue ubicado, junto al resto de sus compañeros, en una de las salas del hospital del presidio, separados de los presos comunes por una pared de ladrillos que fue levantada para ese fin[4]. Poco después se le permitió recibir una visita al mes y alguna correspondencia, que siempre era severamente revisada y censurada.
Como el resto de sus compañeros se negó a aceptar la cena especial del 24 de diciembre de 1953 en protesta por los asesinatos cometidos por el ejército y la guardia rural durante los sucesos del Moncada.
El 12 de febrero de 1954, cuando el dictador Fulgencio Batista visitaba el Penal para inaugurar la planta eléctrica de la prisión, junto a sus 25 compañeros entonó a toda voz la Marcha del 26 de Julio. Batista prestó atención a la letra y visiblemente disgustado sólo preguntó quiénes cantaban, luego abandonó rápidamente el reclusorio. Por esta acción serían castigados severamente, Fidel Castro, Ramiro Valdés, Ernesto Tizol, Israel Tápanes y Agustín Díaz Cartaya. A él, y al resto de sus compañeros les retiraron el aparato de radio que tenía el pabellón y les suspendieron la entrega de periódicos además de prohibirles comunicarse con el exterior.
Desde 1954 y con mayor fuerza a partir de 1955 comenzó un amplio movimiento nacional, que abarcó a casi todas las tendencias políticas y clases del país, en pro de una amnistía general que incluyese a los moncadista. El 10 de marzo de 1955, en medio de los festejos oficiales por el tercer aniversario del golpe de estado, se presentaron en ambas cámaras del Congreso Cubano sendos proyectos de amnistía general. El 6 de mayo, luego de ser aprobada por ambas cámaras del Congreso Cubano, Fulgencio Batista firmó la Ley de amnistía que ponía en libertad a todos los presos políticos, incluidos los asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes que cumplían su condena en el presidio de la Isla de Pinos. Gracias a la amnistía el 15 de mayo de 1955 salió en libertad junto a sus compañeros de presidio político.
Bajo la presión del pueblo, Batista se vio obligado a conceder la amnistía a los moncadistas. Pero no por ello cejó en su persecución y a los pocos meses de la salida del presidio (15 de mayo de 1955), Raúl primero y luego Fidel tuvieron que marchar a México. A los combatientes que permanecieron en Cuba la Dirección del Movimiento 26 de Julio les dio la indicación de que cuando el acoso del régimen dificultara su movilidad y les hiciera casi imposible desarrollar sus actividades como militantes, partieran también hacia el exilio.
Sobre Almeida el aparato represivo de la tiranía desarrolló una vigilancia tenaz. Un policía de paisano, frente a la puerta de su casa, intentaba controlar sus salidas y lo seguía a todas partes. El joven albañil lo eludió varias veces cuando salía por el patio trasero y se internaba en un terreno sin edificar al fondo de su vivienda. La policía tomó represalia y el 30 de diciembre, a media tarde, irrumpió en su hogar. Un esbirro lo encañona: “Párate ahí mismo donde estás, no te muevas”. No dejaron rincón por registrar. “¿Hasta cuándo durará esto con el muchacho?”, protesta la madre.
Lo llevaron al tenebroso Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Lo retrataron de frente y de perfil, le asignaron el número 2204 de los fichados por actividades subversivas. Sufrió un inútil y largo interrogatorio. Respondió con monosílabos y frases cortas
Lo retuvieron unas 24 horas. Haydée Santamaría comenzó a hacerle los trámites para el pasaporte y mediante Antonio Darío López consiguió un pasaje en barco para Veracruz, México. Partió para el hermano país el 9 de febrero de 1956.
Tras su llegada a México, participó en los entrenamientos de preparación organizados en la hacienda San Miguel, ubicada en la zona de Chalco, a 40 kilómetros al suroeste de la capital mexicana. El entrenamiento era duro. Almeida emprendió caminatas de cinco o seis kilómetros diarios que luego se extendieron a ocho y nueve kilómetros. Cruce de farallones con sogas, salto, dormir a la intemperie, andar de noche sin luna agarrados uno de otro por una soga.
De nuevo en la capital mexicana, Antonio Darío presentó un cuadro de fiebre. Fidel le orientó a Almeida que llevara al enfermo a casa de María Antonia. Mientras la mujer comienza a atender al afiebrado, envía a su compañero al mercado en busca de unos pollos para hacer un caldo. Al regresar, dos policías se le abalanzaron pistola en mano: “Quieto, moreno, las manos en alto”. Se identificaron: “Policía Federal, estás detenido. ¿Eres cubano?”
“Sí.” El joven albañil se presentó como joven estudiante, residente en Veracruz. “Vamos, vamos, te conocemos, eres compañero de Alejandro” (seudónimo de Fidel).
Lo llevan detenido junto con la dueña de la casa. Darío iría a un hospital en ambulancia. En la Policía Federal ya se encontraban Fidel y cuatro combatientes más. “¿Los conoces?” Almeida niega tal cosa. Lo sometieron luego a un prolongado interrogatorio. Como es usual en él, les respondió con monosílabos y breves frases.
Todos los cubanos fueron trasladados después a la cárcel de Miguel Schulz 136. La solidaridad mexicana no se hizo esperar y diversas organizaciones estudiantiles y profesionales reclamaron su libertad. El general Lázaro Cárdenas intercedió ante el presidente de la república y los revolucionarios lograron salir de la prisión.
El 25 de noviembre de ese mismo año, muchos de ellos partieron en el yate Granma a reiniciar la lucha. Entre ellos estaba Juan Almeida.
Tras el penoso desembarco en Los Cayuelos, Almeida, al igual que sus compañeros fue sorprendido por las fuerzas del ejército mientras descansaba al borde de un cañaveral en la zona conocida como Alegría de Pío. En el combate rescató a Ernesto Guevara, médico de la expedición, quien se encontraba herido en el cuello. Al escuchar los gritos que intimaban a la rendición gritó:
“¡Aquí no se rinde nadie, C...!”
“¡Aquí no se rinde nadie, C...!”
Frase que llegaría a convertirse en uno de los símbolos de la Revolución Cubana. Posteriormente se retiró al frente de un pequeño grupo, del que formaban parte, además de Che Guevara, Ramiro Valdés Menéndez, Rafael Chao Santana y Reinaldo Benítez Nápoles. Durante la marcha hacia la Sierra Maestra se les incorporaron Camilo Cienfuegos, Francisco González y Pablo Hurtado que también habían quedado dispersos.
Logró reagruparse con Fidel Castro en Cinco Palmas y formó parte del núcleo inicial del Ejército Rebelde.
El 17 de enero de 1957 mandó una escuadra durante en el ataque al cuartel de La Plata, primera acción victoriosa de los rebeldes en la Sierra Maestra. Luego participaría en la exitosa emboscada rebelde a las tropas de Ángel Sánchez Mosquera en Arroyo del Infierno y estaría presente también en la sorpresa de Altos de Espinosa. Pocos días después dirigió la patrulla que, por orden de Fidel, hizo prisionero al traidor Eutimio Guerra, quien había delatado la posición de los guerrilleros.
A mediados de marzo de 1957 el pequeño grupo guerrillero recibió el primer gran refuerzo en hombres y armas enviado desde el llano por el jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, Frank País García. Conformaban el mismo unos cincuenta hombres bajo el mando del capitán Jorge Sotús. Con esta tropa se reestructuró la columna rebelde y se formaron tres pelotones, uno de los cuales quedó al mando del Almeida, con grado de capitán.
Durante el ataque al cuartel de El Uvero el 28 de mayo, Almeida recibió la orden de avanzar desde el norte con sus hombres y liquidar una de las postas que defendían esa posición. Los soldados ofrecieron gran resistencia y Almeida fue herido en el hombro y la pierna izquierda mientras trataba de cumplir su misión. Una parte importante de los hombres de su pelotón fueron muertos o heridos por los disparos de las postas y el cuartel antes de que este finalmente se rindiera.
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El 27 de febrero de 1958, Fidel informaba que “ha sido ascendido al grado de Comandante el capitán Juan Almeida Bosque y se le nombra jefe de la columna 3 que operará en el territorio de la Sierra Maestra al este del poblado de María Tomasa, debiendo extender el campo de operaciones lo más lejos posible hacia esa dirección”.
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El 27 de febrero de 1958, Fidel informaba que “ha sido ascendido al grado de Comandante el capitán Juan Almeida Bosque y se le nombra jefe de la columna 3 que operará en el territorio de la Sierra Maestra al este del poblado de María Tomasa, debiendo extender el campo de operaciones lo más lejos posible hacia esa dirección”.
El primero de marzo, después de reunirse con Fidel en el campamento del Che, ubicado en el hoy municipio serrano de Buey Arriba, de la provincia Granma, las columnas de Raúl y Almeida emprendieron la marcha hacia sus futuras zonas de operaciones.
En Puerto Arturo, ambas fuerzas se separaron. A partir del 5 de marzo la columna 3 iniciaba la primera etapa de lo que después se conocería como el Tercer Frente Mario Muñoz Monroy, en la actual provincia de Santiago de Cuba.
Las primeras tareas que emprende Almeida como jefe de columna fueron la organización de los grupos de escopeteros que ya existían en esa zona y la preparación de acciones con vistas a apoyar la Huelga General Revolucionaria que la dirección del Movimiento 26 de Julio estaba preparando en el llano.
Cumpliendo orientaciones de Fidel, los hombres de la columna 3 comenzaron a hostigar movimientos del enemigo por las carreteras y a acometer sabotajes. Entre el 10 y el 11 de abril, efectuaron ataques al entronque de Mergarejo y al poblado de El Cobre. En esta última localidad, volaron el polvorín.
El revés de la Huelga del 9 de abril provocó que Fidel ordenara el regreso secreto y paulatino de las columnas de Camilo, Almeida, Ramirito y Crescencio Pérez, ya que la tiranía batistiana se proponía desarrollar la famosa Ofensiva de Verano o plan FF (Fin de Fidel) contra el bastión guerrillero de la Sierra Maestra. Almeida acudió con el grueso de su tropa al llamado de Fidel, aunque cuando se marchó con ellas a encontrarse con la columna Uno el 18 de mayo de 1958, “el Tercer Frente no dejó de existir ni de luchar. Aquí quedó un valeroso grupo de oficiales y combatientes que, mal armados y sometidos a las continuas acciones de las tropas y la aviación enemigas, supieron comportarse ejemplarmente y mantuvieron en alto las insignias de este baluarte revolucionario”.
Derrotada la ofensiva batistiana, el 16 de agosto de 1958 Juan Almeida estableció su campamento en La Lata. El Tercer Frente, con más efectivos y tres columnas, tenía ahora como misión estrechar el cerco a Santiago de Cuba.
Fuerzas del Tercer Frente en coordinación con unidades del Primer y Segundo frentes participaron durante los últimos días de la tiranía en varios combates decisivos, como los de San José del Retiro, Maffo, Baire Abajo, Central Palma y Palma Soriano. Paralelamente columnas de ese frente culminaban el cerco a Santiago de Cuba.
El 1ro. de Enero de 1959, amaneció con una agradable noticia que propagaba la radio: “Se fue el tirano”.
Los rebeldes se emocionaron y sin reflexionar que el ejército batistiano acampado en Santiago y en Bayamo aún no se le había rendido a Fidel, comenzaron a disparar al aire y originaron una balacera que parecía no terminar nunca. Fidel muy molesto, envió a Almeida a detener al culpable. Le trajeron detenido a un combatiente a quien acusaban de iniciar esta indisciplina.
Almeida intercedió por el combatiente. Celia Sánchez y el capitán Felipe Guerra Matos apoyaron las palabras de Almeida. Ante esos razonamientos, Fidel le condonó la pena: “Que lo pelen al rape y le afeiten la barba”. El combatiente, según Almeida “con respeto pero con firmeza”, protestó: “Prefiero, Comandante, que me fusilen, porque este pelo y estas barbas son lo más digno que traigo desde la Sierra”. Fidel, conmovido, le ordenó marcharse.
Desde mediados de junio de 1959 se convirtió en jefe de la Fuerza Aérea Revolucionaria al sustituir de forma interina al traidor Pedro Luis Díaz Lanz. El 29 de marzo de 1962, participó como vocal del Tribunal Revolucionario presidido por el comandante Augusto Martínez Sánchez que se encargó de enjuiciar en juicio sumarísimo a los participantes de la invasión mercenaria por Playa Girón de abril de 1961. Este tribunal lo integraban además los comandantes Guillermo García Frías, Sergio del Valle y Manuel Piñeiro.
Asumió importantes responsabilidades en las ORI , el Gobierno y en el Partido Comunista de Cuba (PCC), entre ellas, la jefatura del Estado Mayor del Ejército Rebelde al desaparecer físicamente el comandante Camilo Cienfuegos y del Ejército Central, del cual fue fundador, viceministro y ministro p.s.r. de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), integrante del Comité Central y del Buró Político del PCC desde 1965 hasta su muerte, delegado de este órgano en Oriente, presidente de la Comisión de Revisión y Control del Comité Central, vicepresidente del Consejo de Estado hasta el momento de su desaparición física y, desde 1993, presidía la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC).
Su legado va más allá de la lucha revolucionaria pues incursionó en el arte como escritor y como compositor musical.
Como hombre de cultura, Almeida fue autor de una docena de libros y obtuvo el premio Casa de las Américas en 1985 por Contra el agua y el viento, texto que narra los hechos acontecidos tras el paso del ciclón Flora por la Isla en octubre de 1963. Una obra conmovedora que devela magistralmente el trayecto desde La Habana de una cuadrilla de helicópteros al frente de la cual viajaba, siendo entonces Jefe de la Fuerza Aérea cubana. Estos hechos se imbrican con sus recuerdos sobre varios momentos duros para Cuba como los sabotajes realizados en distintos puntos del país por la contrarrevolución armada, el ataque a Playa Girón y la Crisis de Octubre en 1962.
En su desempeño como intelectual, se incluye además, La única ciudadana, volumen publicado ese mismo año (1985), en el cual, el Comandante de la Revolución evoca los días de la Sierra Maestra, la formación del guerrillero, las primeras escaramuzas, los contactos con el campesinado, el paisaje, la flora y, como protagonista, la única ciudadana que enseña a curar con su medicina verde y reclama el amor a la tierra.
Poco después se editan sucesivamente en 1986, 1987 y 1988 la trilogía Presidio, Exilio y Desembarco, y en ella Almeida devela anécdotas de los primeros tiempos de la Revolución, y resalta la figura de Fidel en su dimensión humana y política. Sierra Maestra y Por las faldas del Turquino, ambas publicadas en 1989, vuelven sobre la importancia decisiva de aquella etapa para toda la historia posterior en Cuba.
Otras publicaciones cubanas, como la revista Bohemia, sacaron a la luz en diversas ocasiones sus poemas. Pero además de los textos, Almeida fue el autor de más de 300 canciones entre las que se destacan particularmente “La Lupe”, “Este camino largo”, “Mejor concluir”, “Vuelve pronto” y “Mejor diciembre”. Esa vocación por la música, anterior incluso a su incursión en las letras, llevó a Almeida a firmar varios discos, entre los que pueden citarse Elegía, donde están contemplados números musicales consagrados a la Patria y sus mártires, José Martí, Antonio Maceo e Ignacio Agramante; Evocación, dedicado a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y Victoria de la Patria. Asimismo sus temas “Dame un traguito” y “Déjala que baile sola”, entre otros, lo acreditan como un importante compositor de música popular cubana.
El día 11 de septiembre de 2009 a las 23:30, hora cubana, falleció debido a un paro cardio-respiratorio a la edad de 82 años. En su honor, el Consejo de Estado decretó duelo oficial que se extendió desde el día 12 hasta el día 13 de septiembre.
Sus restos mortales fueron sepultados en el Mausoleo del III Frente Oriental, en Santiago de Cuba, junto a otros combatientes de la Revolución cubana.
Fuente. Acercandonos Cultura.
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